lunes, 4 de marzo de 2013

Oda a los empresarios

Ahora que nos hemos vuelto kennedianos y que ante cualquier acontecimiento nos llenamos la boca diciendo que todos somos esto o lo otro… no estaría de más que tomáramos como costumbre otorgar a los empresarios al menos el derecho a ser considerados tan damnificados como los demás, dentro de este viacrucis por el que estamos transitando. Y de paso es tiempo ya también, de que por fin aclaremos el tan estigmatizado concepto de empresario.

El DRAE lo define en una de sus entradas como Titular propietario o directivo de una industria, negocio o empresa”. Poco feliz se nos antoja semejante interpretación de la Real Academia, ya que parece sugerir que el rol de empresario se asimila a dos funciones bien distintas:

- la de propietario que asume riesgos y,
- la de gerente o administrador de negocios.

Claro que posiblemente la Institución que fija y da esplendor solo acopia en la acepción el poco discernimiento con el que la mayoría aludimos al vocablo en sí. Huelga referir a ejemplos flagrantes, cuando incluso para empresas multinacionales del IBEX se confunden términos... y nos atreveríamos a decir que hasta la razonable prosapia: un gestor o manager es a nuestro modo de ver, toda aquella persona que ejerce funciones de dirección o gestión de compañías a cambio de un determinado emolumento fijo, o fijo más variable. Y esta figura de gerente o directivo, por mucho que la mayoría de los medios de comunicación (y por ende, parte de la opinión pública) le atribuyan la acepción de empresario, debería encasillarse más bien en el concepto de empleado; cierto que probablemente más cualificado e incluso diligente que la media, pero desde luego, un asalariado.

Un empresario es sin embargo, aquel que asume riesgos, que compromete su patrimonio al albur de las circunstancias, con la legítima esperanza de obtener una rentabilidad que, en buena lid, remunere ese riesgo asumido. Y esta condición del propietario-empresario, en los estrictos límites de la ley y la responsabilidad, es tan lícita por cierto como la recompensa que cualquier trabajador, inversor o especulador (grande o pequeño) espera a cambio de su desempeño o inversión.

El manoseo absurdo con el que en los últimos años en demasiados ámbitos sociales se ha utilizado la palabra empresario ha llevado a que el nombre sea a veces sinónimo de abuso jacobino o egoísmo. Se vocea empresario sin caer en la cuenta de que ese es un grupo dispar, como todos... pero lleno de personas que sufren exactamente igual que los demás por salir adelante, por vivir en paz, y hasta por llegar a fin de mes. Y lo peor es que todo ello ha acabado por entreverar un cierto complejo en buena parte del colectivo a la hora de expresar sus tribulaciones, convirtiendo en oprobioso casi cualquier lamento de su parte.

Los empresarios llevan varios años padeciendo las consecuencias de este seísmo político, económico y social que estamos viviendo, con corolarios inefables para su economía y su vida personal. Muchos, demasiados... se han quedado en el camino y han perdido todo o casi todo; que su discurso no sea tan ampuloso como el de otros colectivos, sin duda no debería sugerir una realidad menos doliente.



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